martes, 28 de diciembre de 2010

extraña conexión mental

en el país semanal de esta semana, tanto javier marías como rosa montero parece que han leído mi pensamiento

javier marías hablaba de los secretos y de lo que ocurre cuando queremos descubrirlos

La hipocresía (si no es flagrante ni excesiva), la discreción, el secreto, forman parte de la educación y de la civilización, y si esas cosas no existieran, lo más seguro es que casi nadie saludase a casi nadie y que hubiera muchos más homicidios. La mayoría de la gente estaría cabreada con sus semejantes y el aire sería irrespirable. Por eso tampoco comprendo a quienes celebran sin reserva alguna la “transparencia” y abogan por la supresión general del secreto. Es natural que los tengan los diplomáticos, y los gobiernos, y los Estados, como los tenemos todos los seres humanos, y más vale así, desde luego, en pro de la convivencia. Quienes exigen “saberlo todo de todos” están yendo contra sus intereses, porque si se supiera “todo” de ellos no saldrían limpios ni impunes, y se buscarían más de un conflicto, desde ser despedidos por sus denostados jefes hasta pelearse con la familia o granjearse la inquina de muchos o perder sus amistades. Ojo, con esto no quiero decir que me parezca mal tratar de averiguar lo oculto ni de desvelar secretos, sobre todo –por salud– los que no nos conciernen personalmente. La curiosidad es humana. Pero cada cual debe asumir su papel: a unos les toca ejercer de intrusos, de sabuesos, de cotillas respecto a lo de los demás, llámenlos como quieran. Y a los demás les toca evitar por todos los medios a su alcance que aquéllos metan las narices en sus asuntos y espíen sus conversaciones privadas. Quienes guardan los secretos y escamotean datos no hacen mal ni resultan ser unos mendaces incurables: tan sólo cumplen con su deber, como lo hacemos todos cuando se trata de mantener los nuestros a salvo.
javier marías, 'ocultar y averiguar', eps, 26/12/2010


y rosa montero hablaba sobre la envidia y la soberbia

La soberbia, esa es la clave de la perdición. La vanidad, que es un vicio generalizado e insidioso (¿quién no ha tenido algún momento estúpidamente vanidoso?), hace que estés más predispuesto a admitir las cosas buenas que dicen sobre ti que las malas. Más aún, incluso si intentas corregirte, o si una inseguridad patológica te impide creer a pies juntillas en los elogios, de lo que no te escapas es de ir sintiendo una creciente simpatía e incluso admiración por aquellos que te dicen lindezas, y un progresivo y desdeñoso rechazo por quienes te critican. Y, así, resulta asombroso comprobar cómo alguien al que siempre habías juzgado un completo imbécil, de pronto, cuando te halaga, empieza a parecerte menos tonto, y viceversa. De ahí esa tremenda tendencia de los poderosos a terminar rodeados de idiotas complacientes. Y si este proceso alcanza dimensiones fatales, si el poderoso acaba viviendo totalmente enajenado del entorno y escuchando tan sólo a los aduladores, el resultado puede ser trágico.
rosa montero, 'pobre niño rico', eps 26/12/2010


si unimos los dos textos, me quedo con que muchas veces los soberbios quieren transparencia total porque creen que nadie puede hablar mal de ellos (simplemente criticar sus acciones u opiniones), pero cuando la obtienen, lo único que hacen es descalificar al que piensa diferente

2 comentarios:

  1. Los secretos no son malos siempre y cuando no afecten a la vida privada.

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  2. Estoy de acuerdo: cada individuo tiene derecho a tener una parcela privada, sólo para él.
    El problema es cuando esa parcela privada la compartes con alguien y ese alguien la difunde. No suele salir nada bueno

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